martes, 26 de diciembre de 2017

De la Tierra de los Volcanes (Capítulo 1ero)


Ella vive en Quito Tenis, la zona residencial más nice de la ciudad y además, el punto más alto de la misma, a sólo unos 600 metros más, estaría en la cima del volcán Cotopaxi.
Aquí, las montañas cortan el viento y por las tardes, al ocultarse el sol, se escucha a diario su lucha de poderes.
-Arquitecta García Garçon - llama Dionisio al interfon, - está aquí su visita del extranjero, la señorita Elena-.

En un arranque de actividad, ella comienza a mover objetos de una mesa al pequeño armario francés que le regaló su madre.
A toda velocidad mueve objetos, maquetas, collares semi terminados de piedras que ni al semi de preciosas llegaron, cajitas raras de maderas exóticas al parecer de la India o Tailandia. Su boca se comprime de manera apenas perceptible. Abre más los ojos, arquea más las cejas, se sacude el cabello. Camina por el pasillo. 

Acomodándose el saco negro y con aparente desenvoltura y relajada, saluda al abrir la puerta: - Elena!  espero  hayas tenido un buen viaje a pesar del retraso de la aerolínea y la pérdida de tu equipaje-. 
Elena, más natural en sus ademanes, abraza a su mentora pero ante todo amiga Celeste y al hacerlo, logra entrever la decoración del pasillo y las dimensiones de los espacios aledaños. 
La iluminación es cálida, con luz entre naranja y roja. Los muebles, así como el piso, son de madera color ébano y hay algunas estatuillas asiáticas doradas, entre ellas un sonriente Buddha en la entrada. Detrás del gordito simpático hay un espejo. Algunos cuadros impresionistas y de estilo pop art aportan el color en estas tonalidades de denso lodo.

Elena se incorpora en el medio ambiente que antes de su llegada fue ligeramente alterado, y aunque lo percibe, no deja notar su complicidad implícita.
- Arqui, no vives en un departamento, esto es un palacio de cortesana!- 
Incómoda por la alabanza, Celeste minimiza el comentario:  - espero que te refieras a las Cortesanas nobles, y no a las otras-.
No hubo tiempo de más banalidades típicas de un reencuentro de años, pues Celeste recibe una llamada.  Elena logra escuchar una voz masculina, dando órdenes.
Una voz seca, casi metálica a través del aparato. El resultado fue que Celeste tenía que salir dentro de la próxima media hora a la Compañía de Jesús, la catedral principal de Quito, lugar en el cuál ella estaba a cargo de la restauración del sótano junto con el Ing. civil, el de la encantadora voz de hojalata.  

Celeste es restauradora, arquitecta, decoradora de interiores, diseñadora de joyería para su tienda, en fin, una verdadera creativa. 
Elena siempre se ha considerado a sí misma una verdadera cautiva.  Por elección propia, o por rebeldía, nunca concluyó ninguna carrera universitaria y escudada en que le encanta el aspecto operativo de "las chambas", se ha dedicado a todo tipo de oficios, desde mesera hasta secretaria, recepcionista, o hasta a vender casas en inmobiliarias. 
Por lo mismo, la amistad que ambas llevan, no ha sido tomada con absoluta obviedad por parte de Elena. Desde que se conocieron en España, Celeste la ha involucrado e incluso le ha pedido consejo en casi todos sus proyectos artísticos. Elena ha podido aportar desde puntos de vista más terrenales.
Elena siempre fue la despistada y la rara. Tanto en el seno familiar en la calle de Violeta, como en la vocacional, se le consideraba taciturna y fuera de época. Clásica, tímida pero "esperando guiños tras la maleza para dejar salir a la bestia"-  le había dicho una terapeuta new age en Ibiza.

En Celeste siempre ha habido un ligero aire de superioridad.

La Arquitecta fue educada de manera tradicional, con todos los convencionalismos sociales practicados por sus padres.  Madre Francesa. Padre Ecuatoriano proveniente de una familia sencilla, andina; el abuelo paterno fue zapatero, pero muy trabajador.
La vida brindó al Ing. García excelentes oportunidades y gracias a ello, sus cinco hijos la han hecho en grande. Algunos se establecieron fuera del país, y los que no, siguieron el camino de las carreras: Abogada, Doctor, Arquitecta. El mismo Ing. García ocupó el cargo honorífico de Cónsul de la India. Porqué de la India?  Ah, pues así nomás, por conectes.

Toda una tradicional familia de la Alta Sociedad Quiteña.

Cosa que a la “Arqui” ocasiona confusión. El contraste de lo que debería de ser y de lo que es causa este choque brutal en ella, lo cual la lleva a vivir una doble vida.

Tiene ropa para aventar por la ventana. Su estilo? Hippie, pero sin el chic.
La naturaleza es su aliada cuando de belleza se trata. Aguacates, miel, henna, sal con aceite de olivo, barro…todos los remedios caseros son bienvenidos en la casa de Celeste García, aunque tapen el drenaje a la hora de ser enjuagados.
Gracias a su linaje paterno, goza de un cabello hermoso, brillante, negro azabache, sin una sola cana, a pesar de su ya madura edad.
Nunca se casó ni tuvo hijos, por lo cual tampoco se adaptó del todo a los círculos de amistades familiares.
Ella se ganó a pulso el título de Arquitecta.

Las esposas de colegas Arquitectos, tomándola del hombro le han llegado a expresar respeto, no sin un dejo de compasión por el hecho de la falta de progenie, como aquella que sustituye la afirmación: no te preocupes, a las mujeres ambiciosas eso les sucede..

Plantitas y Cables


En tanto pulse vida, crecerán plantas en cables electrificados

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Agua milagrosa ó De la Tierra de los Volcanes (Capítulo 2)


El taxi para casi en seco.
La casa es de un estilo ‘Gaudí´ alternativo que logra remontar a Elena a la Pedrera, de bastante menor presupuesto.
Sale de la casa el periodista y entra al taxi.
La arquitecta Celeste no notó los detalles de la casa del Chileno, construida en su totalidad con material reciclado, plástico, vidrios de botella, costales de arena, ramas y latón.

Inmediatamente, Celeste comienza una ligera conversación con él, quien acaba de abordar la camioneta GM blanca. Hablan acerca de la procedencia de cada uno, de qué lo ha traído a él a esta casa, y con ello, acerca del Festival de la Mujer del agua Waterwoman.

Elena permanece callada, mirando la casa hasta que el conductor pone nuevamente el auto en marcha. La conversación ahora gira en torno a lo que ha traído a la arquitecta Celeste y a Elena a esta provincia de Vilcabamba, Ecuador. Quizás por pura curiosidad, o quizás por alguna muy oculta identificación, lo cual ninguna de las dos ha querido reconocer.
En algún punto de la animada plática, Elena comenta, aún distraída: “La neta está muy cara la entrada al festival. Cómo que ochenta dólares para locales y cien dólares para extranjeros... y qué, van a donar todo ese dinero a la comunidad de Vilcabamba? Que dizque es un festival para la sanación femenina, no?”.

El periodista voltea por primera vez a ver a Elena: “no eres de aquí, cierto?”

- No, soy de México.

- Donar? No donarán nada, interviene Celeste. El festival es flower power a tope y los fondos que se vayan a recaudar serán para los organizadores.

- Hmmm, quizás para comprar laptops nuevas para la comunidad hippie…la Mac book que llevaban ayer para la filmación de la ceremonia de la luna ya tenía su añito. Remató Elena.

En este punto, el silencio incómodo que había entre la arquitecta y su amiga Elena termina. Los tres estallan en carcajadas liberadoras.
Elena parece haber encontrado por lo menos a un aliado más en su anarquía en contra de los anarquistas, y esto le desprende aunque sea un poco la etiqueta de “nazi”.

El taxista ahora es lamentablemente ignorado, mientras sigue señalando puntos de interés al lado de la carretera.
- Será un viaje largo, pues el cerro Mandango está más o menos a 225 kms de donde se hospedan. Aquí ya estamos casi en la Amazonía y a cinco horas del Perú. Las distancias son grandes, y las carreteras bordean las montañas. Los paisajes y la flora varían; pasan de bosque a semi- tropical, a tropical , y las temperaturas también suben y bajan constantemente.
- Celeste, puedes abrir tu ventana, por favor, como que me falta el aire, debe ser la altura. Me intrigó el Chileno, leí que fue profesor de Artes allá antes de venirse a refugiar aquí- dice Elena con voz ahogada.

- Es un hombre con una larga historia de enfermedades- responde el periodista a la inquietud de Elena – tuvo leucemia mediterránea y ha venido hace siete años a esta provincia a sanar de una pierna herida con el agua milagrosa de Vilcabamba.
- A mí me parece que vino a sanar de más que de una pierna… - dice Elena.

La arquitecta Celeste nunca habla de cosas desagradables, ni de enfermedades de la mente o el cuerpo. Prefiere distraer la atención hacia cosas más triviales o divertidas. Hace un úlimo intento por desviar la conversación hacia las risas.

Al llegar al zocalito de la provincia de Vilcabamba, los tres bajan del taxi y entre Celeste y el periodista dividen la cuenta para el chofer.

A pie de calle se vislumbra un oasis.
Un bar con sillas a nivel de la banqueta.
Los viajeros entran para encontrar un refugio de sombra y beben Club de las grandes.
Celeste y Elena lograrán relajar, al cabo del segundo tarro, esa tensión extraña que las ha acompañado hasta antes de conocer al periodista, y la cual expone su gran fragilidad en medio de la Nada cuasi amazónica y milagrosa del Ecuador.






lunes, 18 de diciembre de 2017

Despertar entre niebla


Berlín, un pequeño cuarto oscuro de hotel.
Yo, estando conmigo misma aún entre otros. Diálogos internos con cariño, con dulzura hacia mí.
Prevalece una inquietud, un estado alerta, aún revuelto.

Tú y tú en mi mente.

Gente.
Gente de todo tipo y todos son perfectos tal como son.
Yo los rozo apenas, un roce cordial y distante a algunos, roces mas intensos e incluso
confrontantes hacia ellas.
Mujeres hermosas todas ellas.

Un encuentro conmigo misma, en Berlín .
El día amanece nublado, lluvioso, gris, frío...  y muy solitario.

Salgo a la calle.
Triste y melancólica y a la vez con esperanza.
Una vez afuera del café me pierdo entre las calles.
Estas calles tan desconocidas y familiares a la vez.
Salgo, observo, música en mis oídos.
El amor inundando mis sentidos,
el deseo de vivir.

Camino, alzo la vista hacia donde me dirijo.
Y mis ojos se topan con tu nombre.
Seis letras claras, abiertas, melódicas, cálidas como tú,
escritas sobre el rótulo de la tienda, quizás cerrada, pues es fin de semana.

Se dibuja una sonrisa en mis labios.
Comprendo el significado de esa ilusión que me acompañaba.

El Todo.
Soy creadora de la dirección del flujo sanguíneo de mi corazón.

Se augura un final feliz de estos días solitarios sin dirección.

La sonrisa dibujada en mis labios se fusiona con el gris azulado del cielo,
con el arcoiris recién nacido del final de la llovizna
y el tímido pero cálido saludo del sol.

jueves, 7 de diciembre de 2017

Norte en la Isla

Aquella luminosa tarde en que decidí escribir
traía guantes, pues hacía frío en el Caribe.

Me los quité sólo para experimentar la sensación de cada tecla bajo las yemas de mis dedos.
Rígidas, fueron emitiendo un sonido mecánico,
el cual con mucha imaginación emulaba el sonido de las gotas de lluvia golpeando contra una ventana anticiclónica.

Antes que nada volví a ver frente a mí esa luna amarilla, las olas saladas de reflejo dorado,
y una línea negra que atravesaba en diagonal el cielo azul- violáceo.

Ese fue el pedacito de cielo que me tocó ver esa tarde que parecía noche, mi TV- show privado en pantalla de plasma no solamente sonora, táctil y plástica, 
sino también olfativa y gustativa.

Irónicamente tú me acompañabas y, a pesar de que tus sentidos funcionaban parcialmente, tus ojos vieron el mismo desfile de objetos bizarros que los míos.

En un costal mágico deposité miedos, convencionalismos y algo más; esto último no sé siquiera qué fue, pero no me interesa recuperar nada de ello.

La tarde era oscura y luminosa y el viento que precedió aquella noche ya me lo había anunciado.

Pestañeo...
el arcoiris, una milésima de segundo sobre el mar.
Pestañeo...
gente sacudida por el aire frío.
Pestañeo...
mi bufanda guinda volando por encima de mi cabeza.
Pestañeo...
una pareja oficiosa en diálogos de ventas y emociones, extraña combinación.
Pestañeo:
la misma tienda con la misma ropa, en otra calle.
Pestañeo...
la pareja fragmentada, polinizando con su escencia la tienda, que es dos diferentes lugares, a la vez.
Pestañeo...
tú, mujer bella y fuerte, me miras desafiante desde el tercer escalón del restaurante, 
fumado mientras contemplas la fauna que desfila por las calles de arena.

Etérea, la tarde en la cual quedaba implícita la existencia en la atmósfera.
Este hecho, aunque nada sorprendente, me sacudió.
No logré contestar el teléfono.

Desde ese día sucumbí.
Aún soy yo pero con la conciencia de que es mejor un norte en la Isla, 
que la calma reconfortante, o diré conformista, que se respira desde esta oficina
cuya ventana asoma a un parque con un paisajismo perfecto, geométrico, 
que no permite desviaciones
excepto las mentales de los que pasean apacibles sobre sus pastos.

Oscura y luminosa, aquella tarde me llevó a tí.