El taxi para casi en seco.
La casa es de un estilo ‘Gaudí´ alternativo que logra remontar a Elena a la Pedrera, de bastante menor presupuesto.
Sale de la casa el periodista y entra al taxi.
La arquitecta Celeste no notó los detalles de la casa del Chileno, construida en su totalidad con material reciclado, plástico, vidrios de botella, costales de arena, ramas y latón.
Inmediatamente, Celeste comienza una ligera conversación con él, quien acaba de abordar la camioneta GM blanca. Hablan acerca de la procedencia de cada uno, de qué lo ha traído a él a esta casa, y con ello, acerca del Festival de la Mujer del agua Waterwoman.
Elena permanece callada, mirando la casa hasta que el conductor pone nuevamente el auto en marcha. La conversación ahora gira en torno a lo que ha traído a la arquitecta Celeste y a Elena a esta provincia de Vilcabamba, Ecuador. Quizás por pura curiosidad, o quizás por alguna muy oculta identificación, lo cual ninguna de las dos ha querido reconocer.
En algún punto de la animada plática, Elena comenta, aún distraída: “La neta está muy cara la entrada al festival. Cómo que ochenta dólares para locales y cien dólares para extranjeros... y qué, van a donar todo ese dinero a la comunidad de Vilcabamba? Que dizque es un festival para la sanación femenina, no?”.
El periodista voltea por primera vez a ver a Elena: “no eres de aquí, cierto?”
- No, soy de México.
- Donar? No donarán nada, interviene Celeste. El festival es flower power a tope y los fondos que se vayan a recaudar serán para los organizadores.
- Hmmm, quizás para comprar laptops nuevas para la comunidad hippie…la Mac book que llevaban ayer para la filmación de la ceremonia de la luna ya tenía su añito. Remató Elena.
En este punto, el silencio incómodo que había entre la arquitecta y su amiga Elena termina. Los tres estallan en carcajadas liberadoras.
Elena parece haber encontrado por lo menos a un aliado más en su anarquía en contra de los anarquistas, y esto le desprende aunque sea un poco la etiqueta de “nazi”.
El taxista ahora es lamentablemente ignorado, mientras sigue señalando puntos de interés al lado de la carretera.
- Será un viaje largo, pues el cerro Mandango está más o menos a 225 kms de donde se hospedan. Aquí ya estamos casi en la Amazonía y a cinco horas del Perú. Las distancias son grandes, y las carreteras bordean las montañas. Los paisajes y la flora varían; pasan de bosque a semi- tropical, a tropical , y las temperaturas también suben y bajan constantemente.
- Celeste, puedes abrir tu ventana, por favor, como que me falta el aire, debe ser la altura. Me intrigó el Chileno, leí que fue profesor de Artes allá antes de venirse a refugiar aquí- dice Elena con voz ahogada.
- Es un hombre con una larga historia de enfermedades- responde el periodista a la inquietud de Elena – tuvo leucemia mediterránea y ha venido hace siete años a esta provincia a sanar de una pierna herida con el agua milagrosa de Vilcabamba.
- A mí me parece que vino a sanar de más que de una pierna… - dice Elena.
La arquitecta Celeste nunca habla de cosas desagradables, ni de enfermedades de la mente o el cuerpo. Prefiere distraer la atención hacia cosas más triviales o divertidas. Hace un úlimo intento por desviar la conversación hacia las risas.
Al llegar al zocalito de la provincia de Vilcabamba, los tres bajan del taxi y entre Celeste y el periodista dividen la cuenta para el chofer.
A pie de calle se vislumbra un oasis.
Un bar con sillas a nivel de la banqueta.
Los viajeros entran para encontrar un refugio de sombra y beben Club de las grandes.
Celeste y Elena lograrán relajar, al cabo del segundo tarro, esa tensión extraña que las ha acompañado hasta antes de conocer al periodista, y la cual expone su gran fragilidad en medio de la Nada cuasi amazónica y milagrosa del Ecuador.
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