jueves, 7 de diciembre de 2017

Norte en la Isla

Aquella luminosa tarde en que decidí escribir
traía guantes, pues hacía frío en el Caribe.

Me los quité sólo para experimentar la sensación de cada tecla bajo las yemas de mis dedos.
Rígidas, fueron emitiendo un sonido mecánico,
el cual con mucha imaginación emulaba el sonido de las gotas de lluvia golpeando contra una ventana anticiclónica.

Antes que nada volví a ver frente a mí esa luna amarilla, las olas saladas de reflejo dorado,
y una línea negra que atravesaba en diagonal el cielo azul- violáceo.

Ese fue el pedacito de cielo que me tocó ver esa tarde que parecía noche, mi TV- show privado en pantalla de plasma no solamente sonora, táctil y plástica, 
sino también olfativa y gustativa.

Irónicamente tú me acompañabas y, a pesar de que tus sentidos funcionaban parcialmente, tus ojos vieron el mismo desfile de objetos bizarros que los míos.

En un costal mágico deposité miedos, convencionalismos y algo más; esto último no sé siquiera qué fue, pero no me interesa recuperar nada de ello.

La tarde era oscura y luminosa y el viento que precedió aquella noche ya me lo había anunciado.

Pestañeo...
el arcoiris, una milésima de segundo sobre el mar.
Pestañeo...
gente sacudida por el aire frío.
Pestañeo...
mi bufanda guinda volando por encima de mi cabeza.
Pestañeo...
una pareja oficiosa en diálogos de ventas y emociones, extraña combinación.
Pestañeo:
la misma tienda con la misma ropa, en otra calle.
Pestañeo...
la pareja fragmentada, polinizando con su escencia la tienda, que es dos diferentes lugares, a la vez.
Pestañeo...
tú, mujer bella y fuerte, me miras desafiante desde el tercer escalón del restaurante, 
fumado mientras contemplas la fauna que desfila por las calles de arena.

Etérea, la tarde en la cual quedaba implícita la existencia en la atmósfera.
Este hecho, aunque nada sorprendente, me sacudió.
No logré contestar el teléfono.

Desde ese día sucumbí.
Aún soy yo pero con la conciencia de que es mejor un norte en la Isla, 
que la calma reconfortante, o diré conformista, que se respira desde esta oficina
cuya ventana asoma a un parque con un paisajismo perfecto, geométrico, 
que no permite desviaciones
excepto las mentales de los que pasean apacibles sobre sus pastos.

Oscura y luminosa, aquella tarde me llevó a tí.

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